Pertenecen a lo que nunca vemos y conviven silenciosos con el paisaje. Todos sabemos de algún lugar abandonado: fábricas obsoletas, instituciones que perdieron su función, negocios en quiebra, casas que no interesan a nadie…. Su pasado está en cada objeto que los antiguos pobladores han dejado dentro.
Los exploradores urbanos —miembros de un movimiento espontáneo que ya se extiende por los cinco continentes— se adentran en cualquier construcción que esté inhabitada. Les interesa el vacío, la soledad, lo detenido en el tiempo. Para todos, una sola norma: «No dejes nada más que huellas, no tomes nada más que fotos». Los abandonos, así los llaman, son como obras de arte, hay que preservarlas y respetarlas para que el mayor número de personas las disfrute.